Cumbia
Quizás llegó la hora de sentirme
argentino sin contradicciones. Pero mi felicidad no es plena: pienso
en Miel. Si
estuviera Miel conmigo podríamos tirarnos en la alfombra a inventar diálogos
entre Miguel Cané y Washington Cucurto. Saldría más o menos así:
Cané: ¡Vamos
muchachas! ¡Una bamboula endemoniada!
Cucu: ¡Qué
bellísimo escándalo! Me zampaban los sentidos los coloridos sensores de
los carteles anunciadores de bandas y grupos tropicales.
Cané: Me
será difícil olvidar el cuadro característico de aquel montón informe de negros
cubiertos de carbón, harapientos, sudoroso, bailando con entusiasmo
febril bajo los rayos de la luz eléctrica.
Cucu: Cabrón,
cuando se te encienden las luces se enciende la vida, pero no esta de
bosta sino la otra, la que vale la pena vivir, la que vive adentro de todos, corrediza,
que no se deja cachar tan fácil.
Cané: El
tambor ha cambiado, ligeramente, el ritmo y bajo él, los presentes que no bailan
entonan una melopea lasciva.
Cucu: ¿Quién
puede culear sin música, Miguel?
Cané: Las
mujeres se colocan frente a los hombres y cada pareja empieza a hacer contorsiones
lúbricas, movimientos ondulantes, en los que la cabeza queda inmóvil,
culebrean sin cesar.
Cucu: Guaraníes
salvajes, bailadoras y dispuestas a dejarme superhepático, deshidratado,
sin pulmones, al borde, a los pies de la Señora Muerte, a puro trote,
a puro baile, besos, caricias y miradas.
Cané: La
música y la propia animación los embriaga, el negro del tambor se agita como
bajo un paroxismo más intenso aún y las mujeres, enloquecidas, pierden
todo pudor.
Cucu: Yo
no soy más que un negro que ama la cumbia y le encanta levantarse minas
en el baile. Y hasta ahí llega el horizonte de mi vida, Miguel.
Cané: Cada
oscilación es una invitación a la sensualidad, que aparece allí bajo la forma
más brutal que he visto en mi vida Señor Cucurto; se acercan al compañero,
se estrechan, se refriegan contra él, y el negro, como los animales
enardecidos, levanta la cabeza al aire y mira echándola a la espalda,
muestra su doble fila de dientes blancos y agudos.
Cucu: A
ese trencito yo me subo como sea.
Cané: Gritan,
gruñen, se estremecen y por momentos se cree que esas fieras van a tomarse
a mordiscos.
Cucu: Mueve
su cuerpo como una gacela enloquecida por la erupción de un volcán.
Se movía... No, rey, no se movía: zumbaba, caballeaba, relinchaba con sus
caderas bajo el poder maravillador de la música.
Cané: Es
la bacanal más bestial que es posible idear, porque falta aquel elemento que
purificaba hasta las más inmundas orgías de las fiestas griegas: la belleza.
Cucu: La
fuerza de la cumbia no tiene paralelos ni parentelas, Máikol. Unica. Inimitable.
Cascabel. Agradezco no haber nacido en Yugoslavia, Holanda, Francia,
Grecia. En esos lugares no existe la cumbia.
Cané: No
he visto nada más feo, más repulsivo, que esos negros sudorosos, me daban
la idea de orangutanes bramando de lascivia
Cucu: Mamón,
así es el amor.
Imagino que siguen charlando a medida que
Cucurto emborracha a Cané con Condorinas. Cucu lleva de la mano a Miguel hacia el
corazon del Samber, hacia lo más profundo de la noche, y le dice "vamos
Máikol" con cariño, "vamos, bocota de mamoncillo de mamey". Miguel aspira dos rayas bien gruesas y refriega su nariz ardida en las tetas de una morena que se llama Doricel que le dice guarangadas. Y Miguel, pobre, que llora, herido de muerte, contrariado y confundido,
porque nunca había conocido tetas proletarias, tan hospitalarias y transpiradas.
Cucu le saca unos mangos a Miguel y trae más Condorinas. Le seca los mocos y le
dice: atendéme, dentro de unos años va a nacer un rubio que se va a llamar
Cortázar y va a escribir un cuento sobre vos. Te va a poner un seudónimo de
mina para que no haya escándalo con tu familia oligarca ni con el colegio ese
al que fuiste. En el cuento, cuando te mueras, vas a venir al Samber a bailar
para toda la eternindad. Te vamos a estar esperando la pechugona esta que te
gusta tanto y yo también che ryvy.
Ahora olvidate de todo Máikol y gritá conmigo: toikové guaraní! Pero Miguel no para de llorar enterrado en las
tetas de Doricel y repite desconsoladamente: Máikol, decime Máikol. Bueno chera'a preparate para el mejor polvo de tu vida. Volvé cuando estés
muerto, acá te vamos a estar esperando siempre. En eso estaban cuando Cucu le
dice a Doricel: "El problema es que a él le gusta la guita y a nosotros
nos gusta la cumbia".
Me acuerdo de Miel y dejo de
reírme. Ella propondría algo más ambicioso, el contrapunto Cané-Cucurto es muy
fácil. Despertar a Cané mediante la cumbia y el amor tropical es una chicana. A
estos gorilas hay que enfrentarlos con las contradicciones de su clase. Poné a dialogar
a Cané con, qué se yo, el Diederichsen de Personas en Loop. Algo tipo ésto:
Cané: La
música y la propia animación los embriaga, el negro del tambor se agita
como bajo un paroxismo más intenso aún y las mujeres, enloquecidas,
pierden todo pudor.
Diederichsen: Prestá
atención Miguel, porque durante nuestros viajes acumulamos vivencias
y luego observamos cómo aparecemos en ellas. Estás formando
el repertorio de tu individualidad pasiva.
Cané: Es
la bacanal más bestial que es posible idear, porque falta aquel elemento
que purificaba hasta las más inmundas orgías de las fiestas griegas:
la belleza.
Diederichsen:No es así Miguel, los modelos
utópicos clásicos ponen en juego los mismos
pensamientos dialécticos de partida y regreso que tu tonta novela
de aprendizaje.
Cané: ¿Tonta?
No he visto nada más feo, más repulsivo, que esos negros sudorosos,
me daban la idea de orangutanes bramando de lascivia.
Diederichsen:(riendo) Otro mundo es
posible, Miguel.
Interzona, 2017
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